Relato de uno de los 20 jóvenes
entrevistados
Desde chiquito, como a los ocho años, empecé a agarrar
malos pasos, a coger la calle y a robarme cosas. Me pusieron en un colegio pero
permanecía más afuera que adentro; casi no estudiaba y me maltrataban, hasta
cuando me fui del todo para la calle, con nueve amigos. Con ellos empecé a
chupar gasolina y después bóxer. Tenía nueve años y era el más pequeño de
todos. Robábamos, aunque yo casi no participé en eso. Dormíamos en la calle, en
cajas de cartón grandes; ahí nos metíamos y pasábamos la noche como si
estuviéramos en una cama. Acompañaba a los amigos para dondequiera que iban, y
me ganaba para la comida, por ejemplo, cargándoles las maletas a los pasajeros
de los buses que llegaban. Después me iba casi todo el día a bañarme en una
represa; si tenía plata comía pan y gaseosa, y si no, pues no. No volví donde
la familia porque cada vez que llegaba me daban severa muenda. Me pegaban con
cables o con lo que encontraran por delante…
El
testimonio de este joven desmovilizado, me deja reflexionando, acerca de como,
las relaciones familiares pueden influir en la vida personal de los individuos.
En el caso de este joven, el descuido de sus padres, los insultos y el maltrato
que recibía, lo llevo a buscar un nueva
vida terminando en las filas de un grupo guerrillero.